Alejados de los grandes reflectores de la prensa nacional, pasando desapercibidos ante la opinión pública y en medio de múltiples dificultades, decenas de jóvenes de diversas regiones del país han dado un paso adelante para defender sus derechos y saldar las deudas que la sociedad les ha endosado a ellos y a las comunidades que representan.

Energía es lo que tienen y sus historias de vida marcan el camino para que cientos de jóvenes líderes y líderesas sociales trabajaran por una mejor calidad de vida de sus entornos comunitarios, a pesar de los riesgos que corren en un país como Colombia, en donde ejercer la defensa de los derechos humanos es una labor de altísimo riesgo.

Hombres y mujeres que no sobrepasan los 28 años de edad acumulan más de una década de trabajo a favor de sus barrios, de sus veredas, de sus colectivos artísticos, con la creatividad que siempre irradian y pensando en que niños, niñas y jóvenes merecen un futuro con mejores oportunidades educativas, laborales y culturales.

No ha sido una labor fácil. Las noticias sobre amenazas, atentados y asesinatos de líderes y lideresas sociales, así como de autoridades étnicas, se volvieron habituales y esa tragedia abarca, incluso, a los jóvenes que decidieron arropar a sus comunidades en busca de una mejor calidad de vida.

De acuerdo con registros de la organización no gubernamental Somos Defensores, entre el 2002 y el 30 de septiembre de este año, 1.230 activistas sociales fueron asesinados. Lo más paradójico de esa cruel radiografía es que los homicidios se dispararon a raíz del Acuerdo de Paz firmado en noviembre de 2016 entre el Estado colombiano y la extinta guerrilla de las Farc.

A pesar de ese sombrío panorama, en medio de espirales de violencia en el campo y en ciudades, con necesidades básicas insatisfechas, marginados y en muchas ocasiones rechazados por su edad o falta de experiencia, cientos de jóvenes decidieron asumir su propia representación, no sólo para ser escuchados, sino para aportar soluciones a los problemas que los aquejan.

La Ley Estatutaria 1885 de 2018 define al joven como “toda persona entre 14 y 28 años cumplidos en proceso de consolidación de su autonomía intelectual, física, moral, económica, social y cultural que hace parte de una comunidad política y en ese sentido ejerce su ciudadanía”. De acuerdo con el Departamento Administrativo de Estadísticas (DANE), para el 2020 en Colombia había cerca de 12,6 millones de jóvenes, de ellos el 50,4% son hombres y el 49,6% mujeres.

Además de que son un amplio sector de la población, también padecen las consecuencias de una economía que no ha sido capaz de absorberlos en sus cadenas productivas y de un sistema educativo que tampoco les ofrece amplias posibilidades para fortalecer su preparación intelectual y laboral.

Cifras del DANE correspondientes al periodo abril-junio de este año establecieron que la tasa de desempleo juvenil llegó al 23,3%, equivalente a 1,5 millones de personas, siendo las mujeres jóvenes las más afectadas, con cerca de un 30%, y los hombres con un 18,5%.

En cuanto al acceso a la educación, los datos son preocupantes. De Acuerdo con el Sistema Nacional de Información de Educación Superior, para el año 2020, la matrícula total en educación superior fue de 2.355.603 estudiantes, que representa una tasa de cobertura del 51,6%, lo que deja por fuera del sistema a cientos de miles de jóvenes.

Ante esas carencias y las que rodean a sus comunidades en aspectos como deficiencias en el acceso a salud, servicios públicos y recreación, los liderazgos juveniles se cimentan sobre diversos pilares, entre los que se destacan la familia, algunos espacios de formación generados en entornos escolares y por programas de organizaciones no gubernamentales, así como redes de apoyo conformadas por los mismos jóvenes.

Tales cimientos los han alejado de engrosar las filas de grupos armados o redes de crimen organizado, de ser parte de los abultados indicadores de violencia del país y de estar condenados al ostracismo, permitiéndoles potenciar sus aptitudes y su vocación de liderazgo.

Y justo una de las organizaciones que estimula a los jóvenes a tener miradas constructivas sobre la realidad del país es la Fundación Mi Sangre. A través de sus distintos programas, fortalece liderazgos propositivos, colaborativos y conscientes.

De acuerdo con su directora, Catalina Cock, el trabajo con jóvenes es una vocación de la Fundación desde su surgimiento, hace ya 15 años, que se enriquece con cada experiencia y se fundamenta en la apuesta de promover liderazgos que impulsen acciones de cambio en sus comunidades, que trascienda la individualidad y trabajen en redes amplias, y que surjan de procesos reflexivos internos. “Le ponemos mucho énfasis a la transformación del ser, al cambio interior para el cambio exterior”, dice.

Para ahondar en estos temas, VerdadAbierta.com abordó a siete jóvenes que pertenecen a la red de esta organización no gubernamental con el fin de conocer sus trayectorias, las motivaciones que los llevaron a defender los derechos humanos y sobre el país que intentan construir con su esfuerzo diario, cargado de energía.

Bases del liderazgo joven

Andrea Robledo tiene 22 años de edad. Nació en Medellín, pero ha vivido gran parte de su vida en el municipio de Sabaneta, sur del área metropolitana. Por fortuna, no ha padecido la violencia ligada al conflicto armado ni a combos del crimen organizado. Su lucha ha sido contra la exclusión y la marginalización.

El liderazgo se avivó desde muy joven bajo dos influencias: el espejo de su padre, quien ha sido presidente de la Junta de Acción Comunal (JAC) de la vereda Las Lomitas durante varios años; y los espacios de participación de su colegio y de trabajo comunitario ligado a la Iglesia católica.

Su despertar por las causas sociales fue “en la adolescencia, cuando comenzaba a salir, a conocer y a tener un poco más de conciencia de la realidad y por el colegio donde estudiaba, donde siempre nos motivaban a participar”.

Sin embargo, esa pulsión la cultivó su padre desde niña, quien la llevaba a diversas reuniones políticas, y su madre, quien le inculcó la solidaridad para ayudar a los demás sin esperar nada a cambio. A los 14 años, cuando la comunidad abrió una línea infantil en la JAC, ingresó a ella y empezó a trabajar en espacios de participación, creando programas para los niños de la vereda.

En 2018, en medio de las elecciones legislativas y presidenciales, creó la Corporación Cafecito Político, en la que, por medio del diálogo, busca que se conozcan los problemas y las necesidades de los jóvenes antioqueños, para producir transformaciones. La idea, dice, fue “crear un espacio de conversación, donde podamos decir lo que sintamos”, porque “en un país tan polarizado como Colombia, hay que abrir estudios de discusión desde el argumento”.

Uno de sus principales logros se dio al año siguiente con las elecciones de gobernadores: “Hicimos el primer y único foro joven con candidatos a la Gobernación, donde nos fuimos por todo Antioquia para traer esas voces de los jóvenes a Medellín. Nosotros siempre hemos hecho una crítica y es: ¿cómo se puede pensar un departamento desde Medellín? Es muy difícil, porque la realidad es muy distinta en cada región. Entonces nos fuimos a caminar y a conversar”.

A cientos de kilómetros de la capital antioqueña, Aidis Magaly Angulo, de 33 años de edad, también trabaja por su comunidad. Su historia personal representa a miles de afrodescendientes del Pacífico que, por causas asociadas al conflicto armado o al abandono estatal, deben salir de sus tierras natales para preservar su integridad o buscar mejores condiciones de vida.

Cuando tenía cinco años su padre decidió abandonar Tumaco y llevarse su familia a la ciudad de Cali, capital de Valle del Cauca. Llegaron a una zona de invasión conocida como la Colonia Nariñense, un lugar deprimido, estigmatizado y violento, donde cientos de familias originarias de la costa del departamento de Nariño luchan a diario por sobrevivir.

De tener el mar al lado, pasó a crecer en un “asentamiento” en medio de pandillas y las llamadas “fronteras invisibles”. Allí conoció la violencia de cerca, pues a una tía le asesinaron al esposo. En medio de ese ambiente tóxico, los adolescentes terminaban en grupos armados y las jovencitas, madres adolescentes.

La tabla de salvación para Aidis fue el Centro de Desarrollo Comunitario Arcoíris, que conoció a los 13 años de edad. En ese lugar, creado a mediados de los años noventa, vio que existían opciones de vida diferentes a las que les ofrecía el asentamiento.

“Llegué a un espacio donde me sentía como en un oasis, ahí empecé un proceso de formación”, recuerda. “Yo era una chica súper tímida, con mucha inseguridad, me daba mucho miedo ver a la gente a la cara, entablar conversaciones y allí me acompañaron en todo un proceso; participé de una escuela de formación de educación popular y aprendí muchísimas cosas. Quería que ese fuera mi mundo”.

Posteriormente, estudió Licenciatura en Pedagogía Infantil apoyada económicamente por una beca condonable del ICETEX que se amortiguaba con trabajo comunitario. Así compaginó su pasión por la labor social y el pago de sus estudios. Desde ese momento, ha luchado hasta el cansancio por los derechos de las mujeres.

“Tengo varios grupos de mujeres y dos clubes de niñas que vengo acompañando hace rato, donde he ido haciendo relevo generacional también con ellas, para que empiecen a asumir otros roles dentro de la comunidad. Y mi trabajo se ajusta perfectamente a esto que hago: estoy actualmente trabajando en la Subsecretaría de Equidad de Género (de la Alcaldía) con mujeres desde la prevención de violencia”, cuenta con orgullo.

Con sus acciones pretende cambiar el destino al que están condenados los jóvenes y las jóvenes de la Colonia Nariñense. Por medio de su historia de vida, le inculca a “estos niños y a estas niñas que sí es posible terminar el colegio, que sí sirve para algo”. Su propósito es cambiar esos relatos que dicen ‘¿Para qué vamos a estudiar si robando tenemos platas diario?’ O aquellos que plantean: ‘Yo me embarazo del más malo, del que tiene el poder y el control, y pues voy a estar protegida y voy a tener plata’.

Bajo el cielo caleño también trabaja Gustavo Vásquez, de 25 años de edad. Sus primeros pasos los dio en Floralia, barrio popular de la Comuna 6. Creció en un ambiente de pandillas, fronteras invisibles y microtráfico. Aunque en su adolescencia no le gustaba el estudio y prefería la rumba, gracias al apoyo de su familia logró terminar el bachillerato y graduarse como Politólogo en la Universidad del Valle.

Su labor de alfabetización en el colegio lo llevó a conocer de cerca los problemas de los jóvenes de su comunidad, como la falta de promoción de la lectura, y encendió su chispa de liderazgo social. A los 17 años empezó a recorrer el camino del activismo.

Creó la escuela de liderazgo juvenil ‘Movete, vé’ para capacitar a niños y adolescentes del barrio El Poblado, e impulsó la iniciativa Altavoz, a través de la cual promueve la lectura de muchachos entre 14 y 17 años de edad.

“Fue muy interesante ese proyecto, porque me permitió tener esa primera espinita con todo este tema del activismo y cómo hacer acciones colectivas. Claramente no lo hacíamos solamente por el deseo de leer de nosotros, sino también por ocupar el tiempo libre de chicos y chicas que estaban en el barrio. Porque en un barrio popular, por lo general, es muy negativo decirlo, pero yo sé que, en este momento, que son las 2:30 o más tardecito, me voy al parque y veo puros chicos consumiendo porque sus papás están ocupados”, cuenta.

En la Universidad del Valle coordinó la Red de Estudiantes de Educación Superior, en donde realizó incidencia política junto con otros jóvenes para que en la Alcaldía de Cali y en la Gobernación de Valle del Cauca fueran tenidas en cuenta las necesidades de ese sector social en la política pública de la región.

“Ahí lo que más rescato y me parece crucial es cómo nosotros, sin tener la experticia, sin tener el conocimiento, pudimos de alguna manera negociar directamente con la Alcaldía para que se incluyeran indicadores que tuvieran un enfoque diferencial”, concluye.

Muy al norte de aquellas barriadas caleñas, aparece Aldair Romero, un joven de 25 años de edad, nacido en San Pelayo, Córdoba, pero criado en Carepa, Antioquia. Desde adolescente empezó a cultivar su liderazgo en el colegio, donde fue Personero y por primera vez empezó a asumir la vocería de terceros. Sobre sus hombros ha tenido que cargar dos discriminaciones para realizar su labor: la de una región, el Urabá antioqueño, que lleva el estigma de la violencia paramilitar, y la de ser homosexual.

“A cualquier parte a la que tú vas, dicen: ‘Urabá, eso es una tierra de paracos’. Y no, Urabá no solamente es paracos, no solamente es homicidio. Urabá es cultura, Urabá es diversidad”, resalta Romero, quien defiende su tierra con pasión.

Cuando cursaba tercer semestre de Derecho en la Universidad Cooperativa de Colombia, fue invitado a participar en la campaña política de Ovidio de Jesús Ardila Rodas, quien, con 7.034 votos, logró la Alcaldía de Carepa en los comicios celebrados el 25 octubre de 2015, para el periodo 2016-2020.

“Lo más bonito es que hice parte de una campaña pobre. Lo máximo que podíamos dar en las reuniones eran pancitos de 300 pesos y si queríamos hacer un sancocho para la comunidad, nos íbamos dos o tres líderes, que éramos jóvenes, por todo el comercio de Carepa a pedir un kilo de carne, un kilo de hueso o 2 mil de plátano. Así hicimos una campaña y nos ganamos una Alcaldía”, recuerda.

Y expone el impacto que tuvo esa experiencia en su vida: “Hizo que me enamorara aún más del tema de ser líder, de transformar territorios y realidades. Entendí que no era bueno odiar la política, cuando las decisiones más importantes que se toman en una sociedad, se toman a través de la política”.

En el caso de Aldair, su liderazgo pudo crecer y explotar gracias a la confianza que le brindaron para aportar a la construcción de una mejor sociedad, desde un cargo público, sin importar su edad ni su orientación sexual, y los conocimientos que adquirió a través de su participación en las redes juveniles promovidas por la Fundación Mi Sangre.

“Iniciamos con ese plan de incidencia a tejer red, a buscar alianzas, a formalizar mesas diversas, a construir políticas públicas en los municipios y han sido tres años dándola toda por transformar realidades aquí en Urabá”, así resume su proceso de lucha social.

Este joven cordobés sueña con que en el país se acaben los “ismos” y la división deje de existir: “Sí, excelente, qué bacano que entendamos lo que nos diferencia. Pero qué genial que podamos entender lo que nos une”.

Y se explaya en su ilusión: “Me sueño un país donde ya dejemos de señalarnos, donde ya no sea necesario tener que legislar leyes especiales para algunos grupos poblacionales, sino que de verdad empecemos a hablar de derechos humanos sin distinción alguna, independientemente de dónde sea, dónde esté ubicado, así sea alto o bajito, si eres negro, o lo que sea, si eres mujer o si eres hombre, o como te quieras autorreconocer”.

Vidas bajo presión

Las agendas juveniles abarcan diversos temas, todos significativos para sus comunidades y entornos sociales, pero que también inquietan a aquellos que se oponen a las reivindicaciones por las que luchan los líderes y las lideresas jóvenes. Estigmatización, persecuciones, amenazas y ataques son parte de las situaciones que enfrentan cotidianamente.

De ello sabe el joven boyacense Sergio Chacón, de 20 años de edad, quien se formó en Derecho en la Universidad de Antioquia, en Medellín, y se reconoce como activista de la comunidad LGBTI (Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transgéneros e Intersexuales). Al hacer señalar los obstáculos que ha enfrentado, resalta dos: su orientación sexual y su juventud.

En el primer caso, hace referencia a lo ocurrido cuando, según él, lo “sacan del closet” y se ven afectados los procesos de liderazgo en los que venía trabajando en una iglesia cristiana. Fue objeto de críticas y de un mal ambiente: “Después de haber salido del closet todos los de la Iglesia buscaron la forma de llenar de cucarachas las cabezas de mis papás. Decían cosas como ‘Sergio está con unos marihuaneros, con maricas, con putas, con gente revolucionaria’, ‘Sergio se va a volver capucho’, pero logro mostrarles y convencerles que eso no es así y que el mundo en el que yo me estaba moviendo era muy distinto y que lo que yo estaba haciendo era importante para la sociedad”.

Y en el segundo caso, su juventud, la discriminación se presentó en instancias de participación ciudadana. “Quizás no he recibido esa discriminación por ser LGBTI, pero si por ser joven, todo el tiempo, todo el tiempo”, reitera.

Y para explicar esa situación, pone como ejemplo lo que ocurre en la Comuna 10, pleno centro de Medellín, donde vive: “Esa comuna es gobernada y liderada por los mismos viejitos de siempre, y ellos todo el tiempo repiten que nosotros no sabemos de qué carajos estamos hablando y que no deberíamos meter las narices ni en la Junta de Acción Comunal ni en la de administración local”.

Y agrega otro escenario: los espacios de concertación y decisión política. “Cuando llega el Alcalde, cuando llega el gabinete, y estamos en reuniones con un montón de adultos dicen: ‘Ay tan lindo Checho, tan lindo el joven’, pero nadie presta atención y en realidad no toman en serio lo que uno está diciendo”.

Pero más allá de esas situaciones, su activismo también lo ha puesto en riesgo, especialmente por su nivel de visibilización durante las jornadas del Paro Nacional de finales del año pasado, cuando fue incluido en un panfleto que circuló en la Universidad de Antioquia atribuido a las llamadas Autodefensas Gaitanistas de Colombia.

“Decía que nos iban a dar muerte por ‘guerrilleros izquierdosos’ a mí y otros compañeros”, recuerda Sergio, y dice que también ha recibido varias amenazas de muerte por redes sociales y hostigamientos desde perfiles falsos en Internet, así como llamadas insistentes de números.

La lideresa Alejandra Colmenares, de 31 años de edad, se encuentra en Casanare actualmente, pero ha trabajado en distintas regiones del país, incluso en el extranjero, especialmente en El Salvador, Guatemala y Honduras, en labores de incidencia política, que es su pasión.

Resultado de todos esos aprendizajes y de cara a las elecciones presidenciales de 2018, impulsó dos iniciativas gestadas en la Fundación Mi Sangre: los llamados Parches democráticos No se lo dé a cualquiera, a través de los cuales pretendía concientizar a los jóvenes de la importancia de participar en política en el departamento de Casanare.

Al año siguiente, trabajando en Puerto Gaitán, Meta, con una organización no gubernamental, recibió un mensaje preocupante: “Alejandra, si usted no se va de aquí puede que mañana no amanezca, eso es todo lo que puedo decir”. Ella preguntó que “por qué me tenía que ir si estaba haciendo una labor buena, estoy haciendo mi trabajo social, y me dijeron que me fuera. Yo me vine porque tengo una hija”.

En el norte del país, en Calamar, Bolívar, trabaja Yelitza Castellar Ruiz, de 25 años de edad, Contadora Pública de profesión, sobresale porque a sus 18 años fue elegida concejal del municipio, siendo la mujer más joven del país en obtener esa curul con el aval del Partido Liberal. Actualmente va por su segundo periodo.

Su labor social y política la ha enfocado en la defensa de derechos esenciales como la educación, acceso a una salud digna e integral, a la verdad y justicia, entre otros. Si bien no ha enfrentado graves riesgos, su trabajo en el Concejo ha sido obstaculizado por sus contrincantes políticos.

“La Presidencia de la mesa actual no me ha permitido participar de ninguna de las comisiones accidentales que ha formado dentro del Concejo, o sea, me ha cohibido mi derecho de hacer parte de una comisión”, se queja Yelitza y agrega que tampoco se ha creado la Comisión para la Equidad de la Mujer. “Como mujer también he tenido muchos obstáculos”, destaca.

Una de las quejas de esta concejal es la prohibición impuesta por la actual mesa directiva del Concejo de grabar las sesiones, a pesar de que, por su carácter, son audiencias públicas. “Los calamarenses no saben qué pasa en el Concejo y eso me ha costado a mí muchos problemas porque yo transmito en vivo y le hago saber a la comunidad de lo que está pasando”, explica la lideresa.

“Esos han sido mis obstáculos -agrega-. De resto, todos los obstáculos son mentales y si tú mentalmente estás preparado, que eres capaz de vencer lo que la vida te enfrente, lo demás es cuento”.

Trabajo en red

¿Y cómo se respalda Yelitza para realizar su labor política y social? Con un grupo de jóvenes que, según ella, “todos los días me motiva a seguir luchando y yo sé que, aunque la lucha es ardua, aunque no es fácil, muy pronto vamos a ver los resultados o los frutos de nuestra gran espera y de nuestra perseverancia porque queremos que a las necesidades del municipio se les den solución y que los calamarenses puedan acceder a estos espacios sin tantos obstáculos y sin tantos problemas”.

Su manera de trabajar muestra la eficacia del trabajo mancomunado, colaborativo, en red, que articula energía y creatividad. Una estrategia que han adoptado también líderesas y lideresas consultadas por este portal, incluso, para garantizar su seguridad personal y la de los procesos que representan.

Sergio, el líder de origen boyacense, reflexiona sobre el tema y lanza una aseveración cargada de sinceridad: “Yo siempre he dicho que me siento más cuidado por mis amigos y mis parceros que por el Estado. Justamente con ellos empezamos a hablar del cuidado como un acto político. Y aunque sea en el otro lado del país, pues, finalmente están con uno y es algo muy bonito”.

Andrea, la lideresa paisa que se define como tejedora, destaca el papel de articularse en red como una estrategia de protección y destaca que “entre todos vamos tejiendo ese círculo de seguridad. Yo me siento en la red en un lugar seguro donde puedo decir cualquier cosa y no me voy a sentir juzgada, antes me hacen sentir como aliviada”.

El trabajo en red, agrega esta joven, también fortalece las iniciativas y amplía la perspectiva de las labores que adelanta, especialmente cuando tiene contacto con jóvenes de otras ciudades: “Hay algunas cosas que nos pueden llegar a unir. Y entonces, en ese sentido, sí, el trabajo en red ha sido súper efectivo de hecho. Yo lo recomiendo en todas partes. El trabajo en red es el que potencia, no solamente las organizaciones en sí mismas, sino el impacto que se genera en las comunidades”.

De construcción de redes para hacer más efectivo el trabajo también sabe Aldair, en el Urabá antioqueño, quien destaca que el trabajo en red “representa el hecho de que vas a amplificar tu voz, vas a amplificar tu mensaje y, adicionalmente, vas a ser parte de un hormiguero y todo lo que tú te propongas es más probable que lo logres”.

Los tejidos de Mi Sangre

Detrás de cada líder y lideresa juvenil hay procesos que se han venido construyendo poco a poco, con la paciencia de quien teje una manta de lana o un sombrero. Todo se va consolidando a su tiempo y parte del apoyo que reciben unos y otras proviene de la Fundación Mi Sangre. Sus cifras, en 15 años de labores, respaldan ese trabajo.

Por lo menos 32 mil jóvenes han pasado por sus espacios de formación, colaboración y encuentro, provenientes de 171 municipios de 22 departamentos del país. Su objetivo fundamental es que sean estos hombres y mujeres, con su energía y creatividad, los que lideren los cambios en sus comunidades a través de ciudadanías activas y la participación en escenarios de toma de decisiones.

Uno de los enfoques que aplica a Fundación en sus intervenciones con jóvenes es el de Cambio Sistémico, concepto que, según su directora, contempla “abordar las causas estructurales de los problemas que nos aquejan como sociedad, no los síntomas”. Es por ello que su trabajo involucra a profesores, líderes comunitarios, funcionarios y “con todos aquellos entornos que inciden en la experiencia y en la realidad de los jóvenes”, resalta.

Una de las causas estructurales que destaca son los esquemas mentales, por eso en la Fundación le apuestan fuertemente a la transformación de narrativas a través de campañas de movilización. El propósito, según Cock, es “cambiar creencias en torno a los jóvenes: que no los veamos solo como víctimas o víctimarios, o agentes pasivos, sino que reconozcamos el poder transformador que tienen”.

El cambio sistémico también hace referencia al trabajo articulado con diversas instituciones públicas y privadas. “Es juntar a los actores y tratar de identificar pequeños ajustes que no necesariamente implican grandes recursos”, precisa.

Con respecto a aquellos sectores que son bastante críticos con los jóvenes, sobre todo cuando se movilizan masivamente por sus causas, como se observó en las jornadas del Paro Nacional de este año, la directora de Mi Sangre afirma que desde esta organización “fomentan acciones que lleven a la empatía”. Y detalla un ejemplo de ese tipo de intervenciones.

“Durante el estallido social, la percepción de empresarios y diferentes actores sobre los jóvenes estuvo asociada a daños y bloqueos. Para ellos, joven que protesta, era igual a vándalo. Mi Sangre facilitó a través de Proantioquia un proceso de diálogo y co-creación con los jóvenes”.

Llevaron entonces a los empresarios de esta fundación del sector privado a zonas de la ciudad como las comunas 8 y 13, donde sus jóvenes tienen procesos comunitarios” a que vivieran sus realidades, a que los escucharan con el corazón y la mente abierta; y viceversa, porque también hay mucha resistencia de los jóvenes hacia los otros. Entonces es crear experiencias de conexión humana donde nos vemos como iguales”.

De ese tipo de encuentros, cuenta Cock, están emergiendo iniciativas en términos de empleo, de educación, de una plataforma y escuela de liderazgo de la mano con los empresarios. “Mi Sangre fue la facilitadora de ese proceso y Proantioquia está convocando” y se proyecta que el año entrante este proyecto se consolide. “Se espera que de allí surjan posibles pasantías, o mentorías, o pequeños estipendios para que los líderes puedan dedicarse a su labor social sin estar ahogados económicamente, o co-crear soluciones para problemáticas que emerjan”.

La brecha juvenil se siente con fuerza en el sector rural, donde los accesos a empleo, educación, cultura y recreación son más complejos que en las ciudades. En esos ámbitos también ha incursionado Mi Sangre, destacándose intervenciones en prevención del reclutamiento en por lo menos 21 municipios de diversas regiones de Antioquia y preparan un proyecto para el año que viene en la región de los Montes de María, entre los departamentos de Sucre y Bolívar, con el apoyo de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

“Tenemos recetas, pero lo suficientemente flexibles para meter los ingredientes locales y adaptarnos a esas realidades. En las zonas rurales las jornadas de estudio y trabajo son totalmente distintas, por eso nos adaptamos a horarios, lugares de encuentro, para responder a esas dinámicas”, explica Cock.

Por último, la directora de la Fundación Mi Sangre reconoce que los jóvenes se han ganado espacios, pero no son suficientes. “Sigue habiendo estigmatización, pero sí se han ganado espacios, antes era casi nulo, pero desde las políticas de juventud, lo han logrado”. ¿Y qué más se requiere?: “Abrir otros espacios, no solo desde lo político, sino desde lo empresarial, en sus juntas directivas, en los consejos asesores de las fundaciones, en cargos de cierta responsabilidad, abrir espacios que reconozcan ese aporte que hacen los jóvenes; y también apoyarlos en sus procesos organizativos para que puedan tener cierta sostenibilidad en el tiempo”.

Para líderes y lideresas juveniles de diversas regiones del país, la Fundación Mi Sangre ha representado un gran apoyo en su formación personal que ha redundado en sus labores comunitarias y en la construcción de redes que hacen más efectivas sus tareas y en las cuales se sienten seguros.

Aldair, el líder de Urabá, resume lo que significa la intervención de Mi Sangre en la vida de miles de jóvenes y en sus procesos sociales y comunitarios: “La Fundación Mi Sangre representa la posibilidad de poder cambiar realidades y de no parar de soñar; representa un hito en la vida de uno, te da esperanza. Cuando viene alguien tan inspirador como la Fundación Mi Sangre que te dice ‘articulemos, construyamos’, créeme que a ti se te compone la vida. ¿Por qué? Porque está fundación llega y te abre una cantidad de puertas, conoces aliados, te forman, te preparan, te acompañan, te apoyan, te respaldan”.

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Eduardo Galeano